Pero yo trabajo por ser una luciérnaga. Una luz aunque sea pequeña en medio de algo que se ve tan negro y oscuro.
Un día soñé con ir a África de voluntariado. Un día corrí a la habitación de mis padres y les dije que algún día viajaría miles de kilómetros para llegar al lugar que tanto anhelaba.
Les dije a mis amigos que un día viviría la experiencia de voluntariado más grande y retadora que podía haber. Sin embargo el día en el que supe que iba a irme a Tanzania, África, el estómago se me hizo bolita. Me salieron lágrimas de felicidad pero también de nervios y de incertidumbre. Ahora que había conseguido el sueño, tenía miedo, esa es la verdad.
Viajar es un acto de valentía y salir de nuestra zona de confort es un gran proceso. No obstante, precisamente este momento me ayudó a confiar en mí y a convencerme de que podía con todo. Por algo pasan las cosas, siempre. Nada de lo que pasa en un momento determinado es casualidad, ni con las personas con las que te cruzas ni las experiencias que vives. Aceptando que estaba a punto de cumplir eso que tanto quería, recorrí demasiados aeropuertos para llegar a un lugar en donde mi segunda familia me esperaba.
Desde que llegué, mi corazón latió tan fuerte que supe que ahí era en dónde debía estar. Sin duda, mi gran pasión son los niños, creo fielmente que el mundo les pertenece.
El primer día acompañé a mi nueva familia en Tanzania a comprar libros para la guardería y veía como un niño que estaba ahí me miraba con asombro y le decía algo a su mamá. Le estaba preguntando si podía ir a abrazarme. Ese primer día me di cuenta que tenemos la capacidad de dar luz y calor a los demás. Ahí en el abrazo de ese niño comprendí que solo basta una sonrisa para comunicarse.
Pasaron los días y fui conociendo a más y a más pequeños, a más luciérnagas que me compartían su luz. Amaba enseñarles juegos y canciones para que pudieran aprender otros idiomas mientras se divertían. Yo en medio de un círculo gigantesco de niños haciendo el ridículo para que ellos también pudieran ser ellos mismos. Grité tanto que se me terminó la voz pero la risa siempre me salía.
Sí, les enseñé inglés, valores, a andar en bici, a nadar, canciones, juegos pero ellos me enseñaron a disfrutar la vida tan simple como era. A valorar cada detalle, cada comida, cada color en el cielo, cada estrella. Ahí conocí a mis mejores amigos, tanto voluntarios como la familia que siempre estuvo cuidándome.
Nunca me imaginé que pequeñitos de 5 años se convertirían en mis nuevos hermanos y hermanas, un vínculo tan grande que aún se me llenan los ojos de lágrimas cada vez que los recuerdo. Después de estar cinco semanas en la comunidad del proyecto de Hakuna Tanzania puedo decir que soy una persona diferente, una alma realizada.
Así es como empezó mi camino en convertirme en una luciérnaga. Ahora cada día intento compartir mi luz un poquito más y recibir toda la energía tan preciosa que todos tenemos por ofrecer.
Según dicen que hablamos diferentes idiomas, pero para mí, sonreímos en el mismo.
-Tofi (Sofi González)
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