El viaje comenzó con un trayecto de dos horas desde Chiang Mai hacia Chiang Dao. A medida que nos adentrábamos en la selva, la emoción y la anticipación crecían en cada uno de nosotros. Finalmente, llegamos a nuestro destino, donde Manop y Anna, dos personas increíbles, sabias y acogedoras, nos abrieron las puertas de su hogar. Su generosidad y hospitalidad instantáneamente hicieron que nos sintiéramos como en familia.
En cuanto nos instalamos el trabajo se convirtió en nuestro propósito diario. Preparar la mezcla, colocar ladrillos y levantar paredes se volvieron nuestras tareas constantes. Aunque el sol ardiente y el sudor nos desafiaban, encontramos fuerza en nuestra unión y en el objetivo común de brindar apoyo a las comunidades locales. Cada ladrillo que colocábamos era una contribución tangible para un futuro mejor.
Pero más allá de la construcción, nuestras experiencias se enriquecieron con las enseñanzas de Manop y Anna. Estas dos personas extraordinarias compartieron con nosotros su conocimiento, su amor por la naturaleza y la comunidad. Cada noche, luego de la cena se extendía horas para charlar, conocernos y forjar la familia en la que nos convertimos después de esta experiencia.
El voluntariado llegó a su fin unos días después, con el corazón estrujado por no saber cuando volveriamos y sabiendo que ibamos a extrañar nuestra vida en Chiang Dao, comenzó la etapa de aventura, y con ella cumplir sueños, como cuando visitamos un santuario de elefantes, donde nos encontramos cara a cara con estos majestuosos animales. Les dimos de comer, los bañamos y jugamos con ellos. El contacto con la naturaleza en su estado más puro nos conmovió profundamente. Ver a estos gigantes tan cerca dejó una marca indeleble en nuestros corazones. Este viaje trascendió la simple idea de ayudar a los demás.
Fue una experiencia que transformó vidas y que creó lazos indestructibles entre personas que, en tan solo unos días, se convirtieron en una familia.
Ver cómo todos crecimos y nos auto descubrimos en estos días fue una de las cosas más gratificantes que he vivido.
Un pedacito de mi corazón siempre va a estar en Tailandia, espero que la vida me dé la oportunidad de poder regresar al lugar donde descubrí el verdadero significado de la solidaridad y la conexión con la naturaleza. Donde los lazos entre desconocidos se convirtieron en amistades profundas y el trabajo en equipo nos enseñó el valor del esfuerzo conjunto. En aquel rincón de la selva tailandesa, encontré un sentido de propósito y una gratitud por las lecciones aprendidas. Regresar sería volver a abrazar la belleza de la comunidad y la calidez de Manop y Anna. Espero que el destino me guíe nuevamente a esos senderos, para poder escribir nuevos capítulos de amor, aprendizaje y servicio en un lugar que siempre será mi hogar. -Melisa Boné
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